366

Cuando desapareciste, lo que dejaste fue el mañana.

Dicen que yo lo hice pero sé que no. Nunca lo hubiera hecho. Sólo sucedió al despertar, después de luchar, justo al terminar el sexo de reconciliación de otra pelea anterior. Te recuerdo colgado, con los pies flotando. Cada vez que cierro los ojos me sucede. Apareces una y otra vez, cubierto solo por un sudor frío sobre tu desnuda piel, escurriendo por entre los vellos y la soga en tu cuello.

Era como si estuvieras vivo, en el cénit de tu vida. Como si me estuvieras esperando para reclamarle algo en silencio. Nunca fue así. Lo he entendido después de un año. Lo hiciste para dejarnos libres de tanta tontería. Uno de los 2 iba a dar un paso enorme y resultaste ser tú. Al final el cobarde fui yo, siendo que luché y luché por lo nuestro. Hasta muerto me humillas. Maldito esqueleto. A veces te extraño.

Ahora todo ha cambiado. Justo al día 366 de tu muerte. Ese día reapareció un viejo amor. El amor más extrañado y anhelado. El amor propio. Revolotea desde mi interior hacia el exterior. Flota en el aire sin siquiera verlo. En ese día, el 366, ya nada es igual. ¿Por qué? Porque ya no apareces al cerrar los ojos.

Tu imagen ya no es la del chico colgado del cuello, ahora es otra. Eres tú sonriendo, hablando, gimiendo o durmiendo. Eres tú peleando, discutiendo o en silencio. Las voces también se han callado.  Ya no gritan «¡tú lo mataste!», «¡fue tu culpa!» o reclamos similares. Ahora solo susurran, como hojarascas llevadas por el viento.

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Así que hoy, después de pasar por estas pruebas, he decidido darme la oportunidad. Sé que no todo ha terminado, sino apenas es el comienzo. Hoy es el mañana.

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